En un mundo incierto, donde innovar y cambiar de manera constante es un requisito sine qua non, como también el interactuar con personas muy diversas, el cerebro de un líder adquiere un papel fundamental y preponderante.
Hoy sabemos que todas las decisiones que tomamos tienen una base netamente emocional. Si no tenemos en eje nuestras emociones y somos eficientes en la gestión de estas, serán ellas quienes dominen nuestra vida. Esta pérdida de autocontrol siempre tiene consecuencias en el funcionamiento de nuestro cerebro, afectando nuestras capacidades neurocognitivas y el desarrollo de nuestro propio autoliderazgo. El estrés, está pandemia tan propia del Siglo XXI, no es más que el resultado de la incapacidad de liderar nuestras emociones.
Cada vez son más las personas que ejercen un rol de liderazgo en diferentes ámbitos que buscan a un neuroentrenador para poder trabajar aquellas áreas cerebrales que están debilitadas, potenciar aquellas que funcionan correctamente y desarrollar nuevos recursos que devengan en mayor agilidad mental y una mejor gestión emocional. Buscan ser, no sólo mejores líderes en su campo, (CEO´s, deportistas, emprendedores, artistas, etc., etc.) sino también lograr un mayor y mejor equilibrio entre sus vidas profesionales y laborales.
Hay diferentes métodos de abordaje cuando hablamos de gimnasio cerebral. En lo personal, me inclino ante un mix de disciplinas y conocimientos: Coaching ontológico, técnicas de neurocoaching neuromanagement, neuroliderazgo, neuroperfiles, meditación, mindfulness y entrenamiento cerebral.
No hay ningún ser humano igual a otro, por eso debe hacerse un plan personalizado según el problema detectado y a su vez, si bien existe una base neurocientífica que sustenta que se trabajará en cada etapa, se adapta el trabajo al deseo y requerimiento del trainee/cliente. El entrenamiento que se realiza con él incluye hacer foco en mejorar sus relaciones intra e interpersonales, su salud, y su calidad de vida que son, sin duda, aliados del cerebro.
Cuando entrenamos la percepción, la atención, la concentración y la memoria, mejoramos correlativamente el aprendizaje, la capacidad de planificar, el razonamiento, la capacidad de resolución de problemas y la toma de decisiones. Trabajando el desarrollo de autoliderazgo apuntamos directamente a reducir el estrés, a adquirir mayor comprensión y reconocimiento de nuestras emociones y sentimientos.
Al liderar la emoción, mejoramos la memoria ejecutiva del cerebro y nuestra forma de vincularnos. Esto se traducirá en relaciones saludables y en una mejora sustancial de nuestra salud física y psíquica.
Ser un líder hoy implica mucho más que un título en una tarjeta o un espacio en un organigrama. Es necesario trabajar en nosotros como personas, desarrollar nuestras capacidades cognitivas y emocionales; ser flexibles, tener capacidad de adaptación a los cambios, poder tomar más y mejores decisiones en menor tiempo. Entrenar nuestro cerebro es una condición esencial, fundamental y diferencial para estar alineado a esta nueva realidad competitiva en la que estamos inmersos.